Raúl Motta
“Lo más importante del mundo es pertenecerse”
Montaigne
Caminaba por el palurdo empedrado de las ilustres calles del Viex Lyon, un suave vapor subía por las coladeras adornando de remembranzas y misterios el paisaje urbano teñido de tonos grises, redoblé el paso, una sutil sonrisa alumbro mi rostro, un gesto que cuando sucede en solitario es atribuido a una mediana locura.
Mientras me conducía al final de la calle hacia el café Bellancor recordé la forma burlona con la cual mis compañeros de la facultad me bautizaron, me llamaban polvorilla (petit-poudre) por mi temperamento , acentuado por rasgos físicos duros, un rostro dominado por la caja craneana.
Esa parte de mi personalidad era admirada o tal vez temida, la diferencia entre estos dos conceptos nunca es clara, en innumerables ocasiones terminan por confundirse en un pensamiento oscuro y sin estrellas.
Empujé la puerta del café, resonó el golpeteo de la campanilla, con sobriedad lóbrega alcance la barra, me quité el sombrero y las gafas de montura negra. El lugar estaba repleto de rostros tristes, el ambiente se respiraba denso, parecía estar poseído por el fantasma de la desesperanza.
Una enorme mano rugosa llamo mi atención; era un dinosaurio.
-¿Alexis Carrel? Es usted, lo he reconocido –con voz grave y casi torpe se dirigió a mí.
-Con los ojos desorbitados le contesté:- ese es mi nombre estimado señor.
-Soy admirador de su obra, es excelente –replico el dinosaurio.
-Con menos recato le pregunte: -¿Cuál es su favorita?
-L´homme cet inconnu, pero no concuerdo con la esencia de ese trabajo en particular yo creo que las desigualdades naturales entre los individuos pueden ser ignoradas, la eugenesia y la biocracia me parecen teorías totalitarias, extremistas, un poco exageradas-me contesto el dinosaurio con decisión.
Me afloje el corbatín, intenté cambiar sus ideas pero la necedad de alguien que se aferra a una idea que no entiende es incorruptible.
-¿Qué es lo que hace un fugitivo paleontológico en 1942? –pregunté asustado.
-Su córtex doctor Carrel no se encuentra completamente en descanso, pero usted está dormido, este es un fenómeno extraordinario conocido como sueño de conciencia –dijo el dinosaurio. Y tras una leve pausa, añadió: - Tiene la posibilidad de ser el rector de este ambiente onírico, debe aprovecharlo y abandonarse a sus deseos.
Las disertaciones del dinosaurio estaban llenas de sapiencia, sería estúpido no disfrutar de un acontecimiento biológico tan extraño y brillante.
Empecé por cambiar el café de siempre por un vaso de ajenjo, lo bebí de un solo movimiento de muñeca, el licor le dio valor a mi garganta, pedí el teléfono para llamar al editor del Journal Officel, contestó con su voz narcótica, de golpe me burlé de su lánguido cuerpo, le proferí todos los dicterios que me vinieron a la mente asegurándome de resaltar su ignorancia, terminando con la contundente frase: “Soy Alexis Carrel”.
Sin dejar propina pagué la cuenta, de camino a casa corté de un jardín algunas flores, las puse en un jarrón sobre mi escritorio, aliste la pluma dispuesto a declararle mi amor a la joven y límpida esposa de mí mejor amigo Charles Lindbergh. El dinosaurio me ayudó con la redacción pues yo adolezco de la blandura de espíritu necesaria para cortejar a una mujer.
Una vez terminada la carta, le coloque el sello y siendo esto un sueño firme con sangre en un desplante de romanticismo inaudito.
La enorme puerta de los Lindbergh frenó mis aspiraciones, tres golpes secos fueron suficientes para que la dama del servicio recibiera mis regalos con familiaridad, me sonrió cortésmente, con una voz suave y sin mirarme a la cara aseguro entregarle el mensaje, un olor a melocotones llegó hasta la puerta que lentamente se cerró frente a mí soltando un rechinido espantoso.
Una fuerte sensación me abrumó, nunca antes a pesar de mi carácter me había dejado llevar por mis impulsos primigenios que residen en la amígdala y son más fuertes que cualquier lógica.
Siempre he condenado estos comportamientos y lo seguiré haciendo, pero ahora entiendo mejor la fuerza que tienen y porqué las personas se pierden en ellos.
Los mil francos que guardaba para la crisis de la post guerra los gaste en un traje nuevo con chaleco negro, un sombrero de ala corta, un reloj de bolsillo con forma de cráneo, un bastón y una botella de vino.
Al subir la escalera cada cinco pasos hacia una pausa para tomar con desenfado un sorbo de la botella, cuando llegué a la oficina del profesor Vallery-Radot estaba agitado, el secretario general de sanidad se lleva una mórbida sorpresa cuando me reconoce. Intenta emitir algunas palabras pero solo puede farfullar ante mi feroz mirada. Levanté el bastón, con el brazo extendido le propine un violento golpe en el rostro, un borbotón de sangre brotó de su nariz, trató de detener la hemorragia con las manos, dio un largo sollozo, balbuceó algunos insultos y derramó sus lagrimas sobre su inconmensurable ego.
Salí con lentitud del edificio gritando: “El gobierno de la Francia libre es escatológico, está plagado de bestias”.
La mancha que opacaba mi reputación había sido lavada, me sentí aliviado, desde el premio nobel la felicidad fue distraída conmigo hasta este dulce momento.
Cansado de sobresaltos me terminé la botella de vino en la sala de mi casa en compañía del dinosaurio, que espero por mí en la entrada del edificio de gobierno. Se portó zalamero con mi comportamiento, aplaudió cada una de mis acciones, engalanó mi supuesta gallardía y arrojo. No tuve palabras para contestarle.
El silencio se sentó con nosotros, me recosté en la alfombra, no pude quitar los ojos del fuego hasta que en un baile elegante se consumió.
Extasiado por la puerilidad, rejuvenecido por la libertad experimentada, el doctor dormitaba angustiado, no podía entender como si estaba soñando tenía ganas de dormir, la explicación más razonable era el miedo que tenía de afrontar las consecuencias de sus actos, las ganas de regresar a la realidad.
Finalmente cayó en un sueño profundo durante varias horas hasta el amanecer. Cuando despertó tenía la boca seca, las piernas trémulas, se dirigió a la cocina, tropezó con el dinosaurio, se sirvió un vaso con agua, le dio un sorbo para después bruscamente escupirlo.
(Para A.M. dondequiera que se encuentre)