miércoles, 30 de septiembre de 2009

LA ÚLTIMA MUJER

Había vivido en un espacio donde cada centímetro se encontraba limpísimo y romo, no fuera que el bebé (como lo llamaban hasta sus actuales 29), se hiciera una cortadita.

Rosa le amarró las agujetas hasta los 8 años, a los 15 todavía le preparaba el baño en las mañanas y a los 20 le gustaba cortarle los bisteces en cuadritos pequeños. Cenaban religiosamente todas las noches.

Si Rodrigo alguna vez hubiera escuchado el diálogo de incio de
El topo, descartaría la película de inmediato. Nunca enterraría el retrato de su madre, aún si eso implicaba no llegar a ser un hombre.

Un mal día a Rosa la sorprendió un infarto cerebral. Se quedó en los brazos de Rodrigo, quien con una voz más queda y grave de lo habitual sólo atinaba a decir mamá, entre la conciencia del cuerpo exangüe que sostenía y la incredulidad, cortesía de la sorpresa.

Desde el funeral, sólo unas lágrimas adornaban su ya de por sí inexpresivo rostro. Rodrigo nunca había querido ser un hombre, ¿Por qué tenía entonces que enterrar ya no el retrato, sino el cuerpo de su madre?

Cada mañana le despertaba un llanto incesante. Una tarde el llanto paró. Apareció sobre la mesa un frasco dentro del cual flotaba una mano. Había traído a Rosa de vuelta. El resto de las mujeres estaban muertas para él, pero qué importaba, si podía oler su perfume de nuevo.

Ana Paula Rumualdo Flores


4 comentarios:

  1. ¡Qué fuerte, Ana Paula! Me encantó el texto, rayando en la obsesión del amor filial... ¡Bien cerrado! Muchos besos y que el duende de la creatividad siga a tu lado.

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  2. Ya te había comentado que me agradaba mucho este texto.
    Me gustaron los cambios y el título.
    A los hombres -en mayor o menor medida- nos llegó.

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  3. Hartas gracias a los 2! Seguiré raspándole a la pluma.

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  4. Muy bonito, la mano flotante en el frasco me puede encantar.

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