viernes, 30 de octubre de 2009

CEREBRO REPTILIANO

Raúl Motta

“Lo más importante del mundo es pertenecerse”
Montaigne

Caminaba por el palurdo empedrado de las ilustres calles del Viex Lyon, un suave vapor subía por las coladeras adornando de remembranzas y misterios el paisaje urbano teñido de tonos grises, redoblé el paso, una sutil sonrisa alumbro mi rostro, un gesto que cuando sucede en solitario es atribuido a una mediana locura.
Mientras me conducía al final de la calle hacia el café Bellancor recordé la forma burlona con la cual mis compañeros de la facultad me bautizaron, me llamaban polvorilla (petit-poudre) por mi temperamento , acentuado por rasgos físicos duros, un rostro dominado por la caja craneana.
Esa parte de mi personalidad era admirada o tal vez temida, la diferencia entre estos dos conceptos nunca es clara, en innumerables ocasiones terminan por confundirse en un pensamiento oscuro y sin estrellas.
Empujé la puerta del café, resonó el golpeteo de la campanilla, con sobriedad lóbrega alcance la barra, me quité el sombrero y las gafas de montura negra. El lugar estaba repleto de rostros tristes, el ambiente se respiraba denso, parecía estar poseído por el fantasma de la desesperanza.
Una enorme mano rugosa llamo mi atención; era un dinosaurio.
-¿Alexis Carrel? Es usted, lo he reconocido –con voz grave y casi torpe se dirigió a mí.
-Con los ojos desorbitados le contesté:- ese es mi nombre estimado señor.
-Soy admirador de su obra, es excelente –replico el dinosaurio.
-Con menos recato le pregunte: -¿Cuál es su favorita?
-L´homme cet inconnu, pero no concuerdo con la esencia de ese trabajo en particular yo creo que las desigualdades naturales entre los individuos pueden ser ignoradas, la eugenesia y la biocracia me parecen teorías totalitarias, extremistas, un poco exageradas-me contesto el dinosaurio con decisión.
Me afloje el corbatín, intenté cambiar sus ideas pero la necedad de alguien que se aferra a una idea que no entiende es incorruptible.
-¿Qué es lo que hace un fugitivo paleontológico en 1942? –pregunté asustado.
-Su córtex doctor Carrel no se encuentra completamente en descanso, pero usted está dormido, este es un fenómeno extraordinario conocido como sueño de conciencia –dijo el dinosaurio. Y tras una leve pausa, añadió: - Tiene la posibilidad de ser el rector de este ambiente onírico, debe aprovecharlo y abandonarse a sus deseos.
Las disertaciones del dinosaurio estaban llenas de sapiencia, sería estúpido no disfrutar de un acontecimiento biológico tan extraño y brillante.
Empecé por cambiar el café de siempre por un vaso de ajenjo, lo bebí de un solo movimiento de muñeca, el licor le dio valor a mi garganta, pedí el teléfono para llamar al editor del Journal Officel, contestó con su voz narcótica, de golpe me burlé de su lánguido cuerpo, le proferí todos los dicterios que me vinieron a la mente asegurándome de resaltar su ignorancia, terminando con la contundente frase: “Soy Alexis Carrel”.
Sin dejar propina pagué la cuenta, de camino a casa corté de un jardín algunas flores, las puse en un jarrón sobre mi escritorio, aliste la pluma dispuesto a declararle mi amor a la joven y límpida esposa de mí mejor amigo Charles Lindbergh. El dinosaurio me ayudó con la redacción pues yo adolezco de la blandura de espíritu necesaria para cortejar a una mujer.
Una vez terminada la carta, le coloque el sello y siendo esto un sueño firme con sangre en un desplante de romanticismo inaudito.
La enorme puerta de los Lindbergh frenó mis aspiraciones, tres golpes secos fueron suficientes para que la dama del servicio recibiera mis regalos con familiaridad, me sonrió cortésmente, con una voz suave y sin mirarme a la cara aseguro entregarle el mensaje, un olor a melocotones llegó hasta la puerta que lentamente se cerró frente a mí soltando un rechinido espantoso.
Una fuerte sensación me abrumó, nunca antes a pesar de mi carácter me había dejado llevar por mis impulsos primigenios que residen en la amígdala y son más fuertes que cualquier lógica.
Siempre he condenado estos comportamientos y lo seguiré haciendo, pero ahora entiendo mejor la fuerza que tienen y porqué las personas se pierden en ellos.
Los mil francos que guardaba para la crisis de la post guerra los gaste en un traje nuevo con chaleco negro, un sombrero de ala corta, un reloj de bolsillo con forma de cráneo, un bastón y una botella de vino.
Al subir la escalera cada cinco pasos hacia una pausa para tomar con desenfado un sorbo de la botella, cuando llegué a la oficina del profesor Vallery-Radot estaba agitado, el secretario general de sanidad se lleva una mórbida sorpresa cuando me reconoce. Intenta emitir algunas palabras pero solo puede farfullar ante mi feroz mirada. Levanté el bastón, con el brazo extendido le propine un violento golpe en el rostro, un borbotón de sangre brotó de su nariz, trató de detener la hemorragia con las manos, dio un largo sollozo, balbuceó algunos insultos y derramó sus lagrimas sobre su inconmensurable ego.
Salí con lentitud del edificio gritando: “El gobierno de la Francia libre es escatológico, está plagado de bestias”.
La mancha que opacaba mi reputación había sido lavada, me sentí aliviado, desde el premio nobel la felicidad fue distraída conmigo hasta este dulce momento.
Cansado de sobresaltos me terminé la botella de vino en la sala de mi casa en compañía del dinosaurio, que espero por mí en la entrada del edificio de gobierno. Se portó zalamero con mi comportamiento, aplaudió cada una de mis acciones, engalanó mi supuesta gallardía y arrojo. No tuve palabras para contestarle.
El silencio se sentó con nosotros, me recosté en la alfombra, no pude quitar los ojos del fuego hasta que en un baile elegante se consumió.
Extasiado por la puerilidad, rejuvenecido por la libertad experimentada, el doctor dormitaba angustiado, no podía entender como si estaba soñando tenía ganas de dormir, la explicación más razonable era el miedo que tenía de afrontar las consecuencias de sus actos, las ganas de regresar a la realidad.
Finalmente cayó en un sueño profundo durante varias horas hasta el amanecer. Cuando despertó tenía la boca seca, las piernas trémulas, se dirigió a la cocina, tropezó con el dinosaurio, se sirvió un vaso con agua, le dio un sorbo para después bruscamente escupirlo.

(Para A.M. dondequiera que se encuentre)





INTA

Luis Contreras


Mataron a su padre, a su madre, a su único hermano y a una de sus tías. Los mataron frente a ella. Se salvó de milagro. Perdió los dedos de su mano izquierda y le hicieron una enorme cicatriz que sale de su ojo derecho como una lágrima que le escurre por el rostro hasta caer de la mandíbula y alcanzar el cuello. Cuando esto ocurrió Inta tenía nueve años. Ahora tiene 18.

Inta llegó al psiquiátrico algunos días después de lo sucedido. Venía seria. Ausente. Hacía todo lo que se le pedía. Desde el principio atendió cada cosa que le fue solicitada por médicos y psiquiatras. No habla desde entonces. No ha llorado ni una sola vez. No se queja. Mantiene una distancia con el mundo que, parece, es irreversible.
Deficiencias en el sistema de pigmentación de la paciente hicieron que desde su nacimiento su cabello fuera completamente blanco. De ojos color púrpura y piel muy blanca, Inta es como una muñeca de porcelana que no deja de mirar a través de la ventana de su cuarto. De día y de noche busca lo mismo: estrellas.

Inta ha dibujado estrellas en las paredes de su habitación, en su ropa, en sus libretas, incluso en su propia piel. Se trata de una fijación que carece de un diagnóstico preciso. Psicólogos y psiquiatras llevan años intentando descifrar los procesos mentales que la hacen reproducir la misma imagen una y otra vez. Se sabe que la estrella tiene que ver con los dramáticos eventos de su pasado infantil, pero su silencio nos imposibilita comprender sus emociones al respecto.

Quiero que tú te encargues de este caso. No atenderás nada más. Busca todo cuanto puedas en la literatura médica disponible e investiga los detalles de lo que ocurrió hace nueve años con la familia de la paciente. Si en las próximas semanas no logramos avances significativos en su salud mental, Inta será trasferida a Santa Mónica y tú sabes bien que nadie egresa de ese lugar.
El Director del Hospital Infantil de Especialidades Médicas de San Ángel conocía mejor que nadie los detalles de la muerte de la familia de Inta, sin embargo decidió empezar de nuevo, paso a paso, a través del trabajo de Silvana, psicóloga recién egresada de la facultad de Ciencias de la Conducta.

Silvana nunca había visto a Inta. Cuando se aproximó a su cuarto sus manos sudaban. Vio a la “muñeca de porcelana” sentada en una silla, mirando el jardín a través de una enorme ventana. Le pareció hermosa como un hada.
La psicóloga leyó el expediente de Inta. Sus terapias, sus sesiones, los tipos de fármacos que le habían suministrado. Buscó fallas en los procedimientos, omisiones, francas negligencias. No encontró nada. La paciente era incapaz de reaccionar. Ninguno de los estímulos ensayados funcionó. Sin embargo, entre el personal médico, había la extraña percepción de que Inta no tenía la mente perturbada. Lo que veían era un silencio voluntario.

Silvana decidió hacer una nueva investigación directamente con la población de La Piedad. Cuando llegó al pequeño pueblito le pareció fascinante. Sus pequeñas y coloridas casas: adornos de madera, flores de ornato, árboles y plantas, gente sonriente, niños jugueteando en las calles… ¿Cómo podría haber sido en este lugar? ¿Cómo? Se preguntó Silvana.
Fue a buscar a los delegados de la comunidad; luego, intentó con el señor de la tienda, con mujeres en el mercado, con el de la farmacia, con el párroco, con los dos policías municipales. Nadie quiso hablar con ella. Algunos incluso la insultaron y le dijeron que mejor sería que se largara del pueblo y no volviera jamás. Después del último intento Silvana se subió a su carro, lo arrancó y decidió salir de allí, metió primera y justo en ese momento alguien le tocó por la ventana.

Yo le voy a decir lo que pasó ese día. Mire, me llamo Juan Rodríguez, soy profesor de primaria y hace diez años que vivo en este pueblo. Aquí me mandaron luego que salí de la Normal. Véngase pa´ mi casa.

Eran como las seis de la tarde y escuché cómo tocaban y tocaban las campanas de la iglesia. Luego de un rato me asomé por la ventana y vi a mucha gente que corría hacia el centro. ¿Qué pasa? Pregunté a alguno. Detuvieron a unas brujas.
Ya se iban cuando los agarraron subiendo a su camioneta. Los insultaron, les dieron de patadas, los arrastraron de los cabellos, les pegaron con todo lo que podían. Más a los grandes que a los dos niños. Así hasta que llegaron al auditorio de la delegación municipal y allí los amarraron mientras decidían que hacer con ellos.
Hay una anciana, de nombre Jacinta, que tiene cataratas en los ojos y no ve nada y que entonces vivía junto al Lago Salgueiro. Fue la que comenzó todo. Dijo que su nieto de siete años había llegado corriendo a su casa y le había dicho que había gente de negro echando cosas al agua, que había una niña, como una muñeca blanca al frente de ellos.

Jacinta salió gritando que había brujas en el lago. Todos se alertaron y comenzaron a juntarse. Como le dije, los agarraron subiendo a su camioneta. Ya no los soltaron.
Fueron a ver al Padre. Le dijeron que una secta satánica había llegado a La Piedad y que había que hacer algo con ellos. El padre dijo que el pueblo tenía que protegerse. Antes de la media noche se determinó quemarlos. Allí mismo, en el auditorio.

Ya estaban muy mal. Había un señor, dos señoras, un niño como de doce años y una niña chiquita. Ya estaban muy mal, muy golpeados, sangrando, sobre todo los grandes, ya no reaccionaban.

Esa noche casi estaba todo el pueblo. Recuerdo que había muchos niños. Muchos de mis alumnos estaban allí. Aventando piedras a los cuerpos. Gritando, aullando como perros.


Cuando llegó la policía del Estado ya habían ardido y muerto los tres grandes y el niño. Echando balazos, los agentes los abrieron a todos, pero antes de irse, uno de los delegados le lanzó un machetazo a la niña, le dio en una mano. Se la reventó. Un papel cayó junto con los dedos de la pequeña. Yo lo levanté. Mírelo. Hasta después, cuando se supo la verdad, comprendí su significado.

Y usted ¿por qué no dijo nada? ¿Por qué no hizo nada?
Porque me dio miedo.

Cuando salió del pueblo Silvana intentó recrear los instantes previos al linchamiento. Se imaginó a la familia de Inta prendiendo veladoras, ofreciendo sus plegarias y finalmente esparciendo sobre el agua del Lago Salgueiro las cenizas del abuelo recién muerto.

Pasaron varios días antes de que Inta se acostumbrara a la constante presencia de Silvana en su habitación, a sus preguntas, a sus diversos intentos de comunicarse. Cuando sintió que ya estaba lista, la psicóloga decidió leerle a “la muñeca de porcelana” lo que nueve años antes ella misma había escrito:

“Abue, cuando mi tortuga se murió tu me dijiste que si veía al cielo, quizás podía verla de nuevo, como una luz. Dijiste que había estrellas tan lejos pero tan lejos de aquí que aunque ya habían muerto su luz apenas llegaba hasta nosotros. Dijiste que mi tortuga era la luz de una de esas estrellas que ya habían muerto. Tu también vete con las estrellas para que te sigamos viendo en el cielo”
Al otro día, a la misma hora, se lo volvió a leer. Al quinto día de sesiones continuas, con los mismos procedimientos, Inta finalmente gritó. Gritó, pateó, maldijo. Lo hizo tanto como pudo con su garganta prácticamente atrofiada. Esa noche también pudo llorar.
Seis meses después podía contarle a Silvana lo que había visto, lo que había escuchado y lo que sintió la tarde en la que su familia había sido asesinada. Poco después Inta recibió del hospital su orden de egreso. Muñequita ¿qué es lo que quieres hacer ahora? Preguntó Silvana. Vengarme.

jueves, 29 de octubre de 2009

UN DÍA CUALQUIERA

Ana Paula Rumualdo Flores


On a candy-stripe legs,
the spiderman comes.


Un par de tragos en el lugar de costumbre. El mesero sirve con familiaridad las bebidas habituales. La rutina se rompe con su mirada, con su cara de rasgos afilados. Sin recato me muestra sus piernas infinitas. Varias copas más. Su casa. Comienza el jugueteo, la seducción. Me abraza. Comienza a desnudarme. Sus piernas me acarician. El tacto es sedoso. De pronto la tersura se torna en aspereza. Centenares de alambres recorren mi cuerpo. Trato de apartarla. Me sujeta con más fuerza. Miro por encima de su hombro. Un cuerpo ennegrecido se enrosca en torno a mí. El horror. Sus brazos (o lo que queda de ellos) me irritan hasta herirme. Dedos como dagas me penetran por la espalda. Un nuevo dolor irrumpe. El horror. Somnoliento, entrecierro los ojos. Alcanzo a distinguir su cara transformada en una masa informe repleta de ojos. Un líquido helado fluye por los conductos que una vez fueron sus dedos. Una sensación abominable sugiere el desprendimiento de mis órganos. Lo indecible ocurre en mi interior, mientras ella me bebe sorbo a sorbo.

miércoles, 28 de octubre de 2009

TULJÚ ROJO

Miguel Antonio Lupián Soto

Para Ana


i. Desnudo sobre una cama de agua pútrida.

ii. Heridas por cicatrizar; memoria perdida.

iii. Se incorpora lentamente aferrándose a las mohosas paredes del estrecho pasillo.

iv. Avanza sin mirar atrás sintiendo lo húmedo e infecto del suelo que pisa.

v. Luz ámbar mortecina ilumina brevemente su camino.

vi. Las paredes carcomidas muerden sus dedos; el techo angulado lo mira con desprecio.

vii. Sienten su presencia del otro lado; olfatean y raspan las paredes a su paso.

viii. Hojuelas carmesí flotan en el enrarecido ambiente.

ix. Un portal con mensajes indescifrables para los ojos legos; el final, el inicio.

x. Charcos burbujeantes que elevan su nivel; brisa ictérica violando todo a su alrededor.

xi. Despierta.

xii. Rojos tentáculos de vida independiente cuelgan de su pulposo rostro.

xiii. Alas membranosas se extienden lentamente recobrando su eónica movilidad.

xiv. -¡Oh Dios de Dioses, he atravesado el umbral del tiempo para decirte que te pertenezco!

xv. Mientras es acariciado por fálicos tentáculos y abrazado por rústicas alas, sonríe… al fin.

lunes, 19 de octubre de 2009

DÉJAME DESCANSAR

Josué Tellez Arzate

Salía de una jornada de trabajo inútil, el intento por mejorar mi situación económica siempre ha sido en vano, un trabajo sin sentido, un sueldo con tantas carencias y un jefe mediocre. ¿Qué más podía pedir?, si todo me era dado.

La lluvia caía con fuerza sobre el asfalto gris, parecía que las gotas disfrutaban aquél impacto sádico, era como si con cada choque buscaran destruir el suelo por el que caminaba. Mi cabeza (como siempre), estaba hecha un lio; saqué del bolsillo de mi saco un cigarro mentolado y el humo comenzó a formar siluetas en ese cuadro surrealista que llamamos vida.

Al llegar al metro mi cabello escurría, el cigarrillo permanecía inmóvil en mi mano derecha, le di un último suspiro y reclamó con un fuego tenue una cristiana sepultura (lo mandé al basurero), entré con precaución por que el piso estaba muy resbaloso, los vagones pasaban uno a uno con rapidez, el aire se movía en la estación llevando consigo el olor a podredumbre humana, me causaba nauseas, las puertas se abrían con lentitud, una multitud salía y una multitud entraba, se cerraron las puertas y pensé en bajar de inmediato, esos comunistas me asechaban sin remedio, no podía moverme, sentía su pegajoso sudor escurriendo por mi cuerpo, era muy desagradable. Llegué a la estación correspondiente y descendí con apuro.

Abordé el dinosaurio de la nueva urbe y mientras miraba por los cristales me percaté de las manadas que corrían furiosas perseguidas por un depredador, sonreí con ironía, -no hemos cambiado en nada- grité, la gente me miraba de reojo como no queriendo meterse en mis problemas, el eterno retorno dejaba de ser teoría y se convertía en una realidad, los animales de antes que corrían con apuro se diferenciaban de los de ahora tan solo por los escapes y el humo que salía de ellos.

Me acerqué a la puerta más cercana a la salida, bajé y caminé unos pasos hasta encontrarme con la entrada de los apartamentos en los que vivía, subí, llegué al número que me era familiar e introduje la llave de la combinación adecuada, al entrar mí estomago gruñó con rabia, solo pensaba en la comida de Sofía; me desaté del cuello la serpiente de nudo inglés, desabotoné mi camisa, busqué un gancho en el clóset y me desprendí de las pieles del nuevo cavernícola. El reflejo del espejo del tocador mostraba mi desnudez, ese cuerpo atlético y varonil se había perdido, solo se reflejaba esa masa gelatinosa, mí cuerpo estaba consumido por los años y con nostalgia me toqué desconsolado…

Me puse lo más cómodo que encontré y fui directo al comedor, el olor inundaba la casa, era un aroma fuerte pero exquisito, me recosté sobre el sofá y encendí el televisor, Sofía se apareció por detrás del sofá, me acarició el rostro pasando de una mejilla a la otra, depositó en la mesa de centro un plato lleno de comida y un vaso con agua fresca, sin decir una palabra regresó con el mismo movimiento, acarició mi rostro y besó mi frente de forma tierna, tomé su mano entre mis manos, coloqué mis labios sobre su piel, a la altura de su muñeca, se estremeció, camino por atrás del sofá y se zafó con agilidad de la prisión de mis manos, se escuchó el ruido de la puerta de la habitación, a lo lejos el colchón rechinó, una leve tos que se perdió en el olvido.

Había perdido su calidez…

Recuerdo que desde que éramos jóvenes, me había envuelto en esa seda invisible que atrapa el corazón y lo exprime, lo hace sangrar hasta dejarlo seco, sí, eso era lo que nos pasaba, el corazón se nos había secado.
Miré el televisor con indiferencia, cambiaba los canales sin ver nada en sí, volteé a ver mi plato y pellizqué los alimentos con el tenedor, tenía un poco de asco y el hambre se había evaporado, apagué el televisor y fui directo a la cama.

Al entrar al cuarto, me dio la espalda y fingió dormir, su acción me enfureció, no quería hablar conmigo, pero no pude ignorar su imagen, sus caderas se reflejaban en ese mágico espejismo que se transparentaba por las sábanas, al instante aparecieron imágenes en mi mente, aquellas caderas sin sábanas, sin ropa, solamente la piel y su figura, sus glúteos carnosos y firmes que parecían los de una adolescente, mi cuerpo sin duda alguna había reaccionado con las imágenes tan sugestivas y lo único que reinaba en mi cabeza eran aquellas pasiones de juventud, era el deseo que me bloqueaba todos los sentidos; me desnudé y metí mi cuerpo frío debajo de las sábanas, toqué su cadera con efusión mientras besaba su cuello, ella no reaccionaba, bajé su ropa lo necesario para poder adueñarme de ella, coloqué mi aguijón entre sus glúteos como aquellas abejas que se disponen a atacar, al sentir la calidez de aquel instrumento instintivamente se puso alerta y cerró con rapidez las puertas de su intimidad, sentí la presión y al ver mi intento frustrado la embestí con furia hasta abrirme camino a lo mas profundo de su ser, con dolores intensos y desgarradores, la seguía embistiendo con pasión, Sofía me rasguñaba los muslos mientras mojaba mi torre de marfil; entre sollozos volteo su cabeza hacía mi dirección y dijo con temor:

-Por favor has lo que quieras conmigo, ya no me importa, utiliza mi cuerpo hasta saciarte, pero no me golpees, ¡por favor no me golpees!-

Su súplica solo me excitó mas, tenía el poder y quería que ella lo supiera, me seguí moviendo frenéticamente hasta alcanzar mi objetivo, me desbordé en ríos de felicidad.

Me aparté de ella empujándola delicadamente, tomé mi miembro entre mis manos y tomé dirección al baño, abrí el grifo del agua, enjuagué la sangre y el semen que me escurría, sequé mi virilidad y con satisfacción salí a la alcoba, me metí en la cama, besé su cuello con desdén, ella seguía en la posición fetal que la había dejado, tuve que levantarle su ropa, por que ella estaba en shock, no se movía, la abrasé y subí mi pierna en su cadera, su cuerpo comenzó a brincar tenuemente por el llanto, sus suspiros se perdieron en la noche sepulcral.

Al amanecer me levanté con desgano, tomé un baño tibio para despabilarme, me puse el traje gris, (aquel que tanto me gustaba), caminé por el pasillo y agarré una botella de vodka que estaba arriba de la mitad, di un trago largo, la cerré y regresé a la habitación, Sofía estaba dormida, no tenía apetito así que la dejé dormir, besé su cabeza tiernamente y me acerqué a inhalar el aroma de su cabello, la miré arrepentido y mis ojos se cristalizaron; se hacía tarde y tenía que llegar al trabajo.

Salí de casa y tomé una de esas naves particulares que son manipulados por aquellos robots de piel que no responden a ninguna emoción, le dije el destino y movió la cabeza en forma positiva. En el trayecto divagaba en mis pensamientos, ¿Cuál había sido la razón del cambio tan repentino?, tal vez la última pelea lo arruinó por completo, yo estaba en plena disposición de amarla para toda la vida, pero creo que eso quedó en el pasado, debería cambiar su actitud, siento que toda la culpa es de ella, sus celos me confundían demasiado al grado de tenerle miedo, siempre llegó a la casa con mal humor y esperaba ver su cara sonriente para alegrarme el día, sin embargo su alegría se terminó al igual que la mía, siempre aparecía un pretexto para fastidiarme, el dinero, las mujeres, los amigos, como vestía, mi físico, en fin, siempre existían pretextos para pelear, pero ya estoy harto, varias veces dejé que me golpeara, que me humillara, pero esto ya no es útil para mi, -creo que llegó el momento de separarme- hablé en voz alta y el conductor volteó a verme con cansancio en la mirada, le sonreí y seguí ensimismado en mis pensamientos.

Al sentarme en la silla, frente a mi computadora me cubrí la cara con las manos y suspiré con fatiga, recargué mi espalda en el respaldo, buscaba una salida, a mi mente vino la imagen de un café, me despabilé, fui a la cafetera y regresé a mi lugar, los tragos eran lentos, no quería acabarlo para no tener que pararme otra vez.

Una pregunta asaltó mi cabeza, ¿Cómo había empezado la última discusión?, regresé en mi memoria hasta ese día:

“Abrí la puerta, me quité la corbata y el saco, entré al cuarto buscando un gancho donde colgar mi ropa, me puse lo mas cómodo que encontré, lavé mis manos, fui al comedor y aprovechando que Sofía no se encontraba en casa, quise sorprenderla con una cena linda y exquisita. Saqué del refrigerador unas chuletas, las freí a termino medio, después las metí en un molde, abrí una lata de piñas, las bañé con el almíbar y coloque unas rebanadas entre cada chuleta, como toque exótico les puse unas cuantas cerezas (uno de los frutos preferidos de ella), las metí al horno y esperé hasta que cambiaran de color sin dejar que se secaran, saqueé el platillo y lo rocié con Brandi, apagué el horno, coloqué de nuevo el platillo y esperé a que se evaporara con el calor que conservaba. En el refrigerador había un poco de puré de papa, lo calenté a fuego lento con un poco de leche. Esperé a que llegara para servirlo y presentarlo en el plato.

Entró muy despacio, me miró y siguió su camino hacia el cuarto, regresó con su pijama puesta y dijo:

-¡Que lindo, hiciste la cena!, ¡Gracias, pero salí con unos amigos, me invitaron a comer y pues no tengo apetito!, ¡Pero, talvez mañana lo pruebe!-

Se dirigió a la recámara…

Esa noche, me senté a comer con la tristeza y cuando bajaba la guardia, me estrujaba el cuello al grado de asfixiarme, tenía un nudo, cada que pasaba un bocado sentía como me desgarraban la garganta, mis lagrimas contrastaban con lo dulce de la fruta dándole el sazón perfecto a mi comida.

Cuando entré al cuarto, aparentó estar dormida, me recosté, le di la espalda, me acerqué hasta la orilla de la cama para no tener que tocar su cuerpo, estaba cansado, triste y quería disfrutar de mi soledad.

Me empujó, sentí como sus dedos se clavaban en mi espalda, mientras que me pedía de la mejor forma que volteara a verla (ya que no le gustaba que le diera la espalda), no me moví, nuevamente me empujó, su puño se incrustó a la altura de mi pulmón izquierdo, saqué un suspiro por el impacto, me puse boca arriba y la miré de reojo, ella, en tono burlón dijo:

-¿Qué, ahora ya ni siquiera vamos a tener sexo?, el amor lo hemos dejado de hacer desde hace mucho, ahora quiero sexo; bien ya entiendo, te declaraste homosexual y por eso ya no me quieres tocar, jajaja, eres un maldito, la cena que preparaste es para lavar tus culpas, te vas de infiel con cualquier mujer que se te pone enfrente y piensas que con una cenita absurda me vas a contentar-

Guardé la calma y permanecí en silencio, ella estaba esperando mi respuesta pero como no oía nada se contestó diciendo:

- Bien, no contestas por que es verdad lo que te digo, te descubrí a detalle y estas asustado, por eso no hablas, ¡veme!-

Coloqué mi cuerpo en su dirección, la miré fijamente a los ojos, me dio una bofetada cerca de mi oído, mí pómulo ardía mientras que el oído zumbaba, tomó mi cabello entre una de sus manos y con la otra empujaba mi cuello, como queriendo separar mi cabeza, intentó darme otra bofetada, le tomé su mano por la muñeca, la apreté con fuerza, soltó mi cabello y quiso quitar mi mano, tomé su otra muñeca y le dije en tono sereno pero firme:

-¡No, me toques!, he intentado ser paciente contigo, pero siempre que te enojas me golpeas, ya basta de tus tonterías, no te he sido infiel nunca, por que te amo y te respeto, pero esto que me haces, se excede-

La solté empujando sus manos hacía su pecho, respiró agitadamente, comenzó a golpearme con lo que podía, tomo del suelo un zapato, lo estrelló varías veces contra mi rostro, me jalaba el cabello, me empujaba con sus piernas dando patadas.

Me levanté como pude y la abracé fuertemente para no dejar que continuara, le dije al oído en tono dulce:

- ¿Por qué me haces esto?, yo te amo, por favor cálmate, te lo suplico, respira, ve lo que me estas haciendo, amor tranquilízate, yo no te soy infiel, te amo.-


Ella seguía moviéndose para zafarse, como no lo conseguía me escupió la cara, la solté y me limpié el rostro con asco, tomó un frasco de cristal del tocador y lo lanzó a mi estomago, al contacto se destruyó en pedazos; me gritaba, ¡defiéndete!, se acercó, enterró sus uñas en mi piel, me mordió el pecho cuando intenté abrasarla de nuevo, la empujé fuertemente y calló de espaldas en la alfombra, se golpeó la cabeza, se tocó rápidamente y comenzó a frotarse enérgicamente, de nuevo gritó ¡defiéndete!, se incorporó y me soltó un puñetazo en la nariz, la sangre escurrió, intenté parar la hemorragia con mis manos pero era inútil, le dije en forma de reproche:

-¡Mis padres me enseñaron a no golpear a una mujer!-

Se burló y gritó:

-Tus padres crearon a un maricón que no es capaz de controlar a una mujer, defiéndete, verás que pronto estarás en la cárcel, intenta ponerme un dedo y lo lamentarás-

-Eres un maricón y así te vas a morir, necesito yo a un verdadero hombre, alguien que me posea con pasión, no un eyaculador precoz, no podrás ser más que un mantenido, toda tu vida lo serás y así tendrás que morir, lárgate de aquí, no te quiero en mi casa, no quiero a alguien como tú, ya no te quiero ver, me das asco, solo pensar en que alguna vez estuviste dentro de mí, me repugna, lleva contigo todas tus cosas por que aquí nunca vas a regresar-

La sangre me seguía escurriendo, al acercarme a ella intenté tocarle su brazo, ella me rasguñó de nuevo y dijo en tono burlón:

- Quisiera que me tocara un hombre no alguien como tú-

Empaqué mis cosas con calma y al momento de irme le pregunté de nuevo:

-¿Estás segura de esto?, no habrá marcha atrás, esto es para siempre-

Pidió que me sentara en la cama, quería tener sexo antes de que me fuera, me desnudé mientras nos besábamos apasionadamente, le despojé de sus prendas, ella seguía insultándome mientras la poseía, reclamaba un verdadero hombre, alguien que la hiciera sentir, que lo hiciera fuerte (como a ella le gusta), me dijo:

-Piensa que soy otra mujer, una que te guste realmente, apaga la luz e imagina que soy esa persona, quisiera verte con otra, es excitante pensar que se lo haces a alguien más, ya que no sirves para nada, por lo menos complace esa fantasía-

Me negué diciendo que no podría y los insultos empezaron otra vez.
Tomó mis genitales entre sus manos y me rasguñó, el dolor me sacó de mis casillas, me levanté y al instante estaba a mi lado, me empujó hacia la cama, me mordió mi cuerpo, empezó con mordidas suaves y excitantes y pasó a mordidas sádicas e hirientes, los cardenales gobernaban mi cuerpo, lo estaba haciendo con el afán de lastimarme, aguanté hasta que me arrancó un pequeño pedazo de mi ingle, sentí el calor de la sangre escurriendo por mi pierna, me retorcía de dolor, ella me miraba divertida, me volví contra ella, le aticé un codazo en su pierna, se agachó y le propiné un tremendo rodillazo en su mandíbula inferior, en el piso, la golpeé hasta cansarme…

Cuando desperté, los dos permanecíamos en el suelo abrazados por el frío de la mañana, la subí a la cama, estaba exhausta, le escribí una carta de disculpa y me fui a trabajar”


Una mosca me distrajo de mis pensamientos y bebí el resto de mi café. Mi trabajo se fue en cuestión de minutos y salí aprisa para llegar a casa, tenía ya aproximadamente cuatro días de haber sucedido aquella discusión, pero desde ese momento había cambiado conmigo, se había portado mas dócil, mucho mas comprensiva, casi no hablaba, cada que llegaba a casa ella se encontraba ya de regreso, se empezaba a descuidar, se veía sucia, tal vez la trastorné y no era mi intención hacer lo que hice, solo que ella se excedió, pero no justificaba mis actos de después de la pelea, la penetré a la fuerza, la lastimé y eso también me lastimaba, mmm… tendría que recompensarla.

Llegué a casa y la busqué, traía un ramo de flores, quería enseñárselo para demostrarle mi amor, estaba acostada en el cuarto, dormía profundamente, salí a colocar las flores en un recipiente y el teléfono sonó, la persona que estaba del otro lado del auricular pregunto por Sofía Vera, le comenté que estaba durmiendo y preguntó si estaba bien de salud por que no la había visto en el trabajo y solo quería saber cómo se encontraba, yo contesté que su estado estaba mejorando para encubrirla, la persona mandó saludos y pidió se comunicara a primera hora del día para saber qué pasaba, colgué, me entristeció su mentira, intenté asimilar las cosas y cuando iba hacía la habitación sonó de nuevo el teléfono, levanté el auricular y me hicieron las mismas preguntas, aunque ésta era una voz diferente, me preguntó quién contestaba y contesté en tono osco: -¡su padre!-, el ingenuo me dijo la verdad, era un tal Sergio que según su dicho, era novio de Sofía, el sabía que ella estaba casada pero que su esposo era un mediocre que no le daba lo que ella merecía, estaba muy preocupado por que no había sabido nada de ella en casi una semana, no contestaba ni sus mensajes ni el teléfono, me dijo que la amaba y que en cuanto despertara le diera su recado, por que si no sabía nada de ella iría a buscarla.

Despejé la mente un poco con un cigarro, esperé a que la ira desapareciera, entré de nuevo a la casa, llegué hasta ella y al verla dormida tan pacíficamente mi corazón tembló, mis vísceras se retorcieron por la carga de mis emociones, me arrodillé, le acaricié su cabello con dulzura y lloré amargamente…

Abrió los ojos después de varias horas y me dijo:

- No llores, no me gusta verte así, solo déjame descansar ¿de acuerdo?, por favor, ya déjame descansar-

Seguí llorando hasta quedarme dormido en el suelo, la agonía de mi situación me hizo despertar temprano y salí al trabajo.

Ya estando en mi oficina mi jefe se acercó, no entendí del todo lo que decía, solo que mi aspecto era descuidado y que mi olor era sumamente fuerte, que fuera a descansar y me tomara el día, le miré y salí sin reprochar nada, mi pena era tan grande que no podía pensar en nada concreto, me fui caminando hasta mi hogar para pensar bien en lo que quería hacer.

Al entrar al departamento un escalofrío invadió mi cuerpo, abrí el cuarto y la vi ahí tendida, esplendorosa como una reina, ni en mis sueños mas exóticos la había observado así, me pidió que me bañara por que olía muy mal, entré al cuarto de baño y esperé a que el olor se fuera por la coladera, salí derrotado de la bañera, me recosté a su lado y la abracé, comencé a llorar y le pedía a gritos que no me dejara, ella sonrió y me contestó:

-Creo que ya sabes lo que esta pasando, solo déjame ir, es lo único que te pido, solo déjame ir en paz, ya quiero descansar de estar encerrada aquí, quiero irme ya, déjame ir, quiero descansar de ti-

Me arrodille frente a ella y rogué pidiendo su cariño, pidiendo perdón, le expresé lo que sentía y que estaba dispuesto a perdonarla, pero ella solo movía su cabeza en forma negativa.

Tocaron a la puerta, no hice caso y seguí pidiendo su clemencia, pidiendo una segunda oportunidad, le amaba y le amaba con locura, no quería perderla, mis manos comenzaron a sudar, los ojos estaban hinchados de tanto llorar, mi voz se perdía, la puerta sonaba, me levanté con frenesí y me acerqué a la puerta para saber quién llamaba, miré por el ojillo y era un par de policías, coloqué mi oído cerca de la madera para escuchar qué decían, las palabras saltaban hacia dentro de mi casa:

-¿Tú crees que si lo haya hecho?-

El otro contestó con un tono asqueado:

- Pues espero que no, pero la verdad este olor no es normal-

Corrí hacía Sofía y le miré inmóvil con los ojos abiertos, perdidos en la inmensidad.

Caí de rodillas sobre el piso y el olor nauseabundo me hizo vomitar…

jueves, 15 de octubre de 2009

CONCERTO POUR MAIN GAUCHE EN RE MAJEUR

Raúl Motta

(Concierto para mano izquierda en re mayor)

"Primero mueren nuestros placeres, después,
nuestras esperanzas, y por último, nuestros temores.
Cuando éstos han muerto, la deuda es reclamada, el polvo llama al polvo
y nosotros morimos también"
Shelley

El piano sonaba lento en el crescendo de la sección central, pero el sonido era bastante límpido. Las notas del estudio numero tres de Chopin volaban como cuervos en el corazón de la noche indómita.
Mi padre tutelaba cada compás cada movimiento de manos con su mirada dura, con su rostro desencajado de mármol. Sus rasgos ocres reflejan la violenta decepción y el desencanto con mi carrera musical.
Cada noche desde mi caída practicaba hasta desfallecer bajo la luz pálida de una bujía.
El placer que sentía al tocar alguna partitura incluso la más fútil se fue mermando con el devenir de los años, pudriéndose por la cotidiana turbación de mi espíritu.
Luigi Cherubini amigo de mi padre me dio descanso hasta que se diera mi completa recuperación. La gran mayoría de la academia real pareció alegrarse con mi ausencia, se musitaba que yo era el eslabón débil de un gran linaje.
La mejora no llegaba, el dolor de cabeza se volvió más agresivo con los días. Perdí gradualmente la sensibilidad en la mano izquierda, el insomnio me dominaba, la mente me revoloteaba y los recuerdos se torcían por la fiebre.
Pase dos semanas postrado en cama, la luz crispaba mis nervios, mi lánguido cuerpo parecía estar henchido de un ominoso éter determinado a consumirme.
Ofelia me colocaba todas las mañanas cataplasmas; un vaho gris, espeso inundaba la habitación.
Por las noches con un humor arcano ponía sobre la mesa una jarra de láudano y se despedía con un tibio beso sobre mi frente.
Su piel de nenúfar y su cabello endrino eran mi único suspiro.
Gracias a sus cuidados recupere la fuerza, nueva vitalidad llego a mi cuerpo pero mi mano empeoró. Temía que si mi mano seguía en aquel adormecimiento no podría volver a tocar el piano.
Cuando mi mano se volvió tan pesada como para levantarla con un gran esfuerzo me encontraba horrorizado. Ofelia con una voz temblorosa trato de darme aliento y esperanza.
Leyendo el periódico días después me sorprendió un anuncio de ocasión en las últimas páginas:

“Gonin Von Berligen experto en mesmerismo y artes curativas del antiguo Egipto. Calle Petit Champs número… “

Una risa profunda salió de mi garganta – esas son puras patrañas, engaños para despojar a las personas de su dinero- me dije.
En un acto insoportable de ironía pocas horas más tarde el supuesto doctor se hallaba en mi casa practicándome una terapia de magnetismo con la cual la condición de mi mano debería mejorar.
Sentado en el canapé por la noche revisaba algunas partituras mientras fumaba cuando un agudísimo dolor se apoderó de mi mano, sentí que su muerte había llegado. El dolor pasó pero no quería abrir los ojos, lentamente gire la cabeza sobre mi lado izquierdo… la mano se movía salvaje como una quimera.
Recupere la sensibilidad pero la mano no respondía a mis deseos, un hálito extraño la cubría, parecía tener una conciencia propia. Un impulso me llevó hasta el piano, me senté con cautela, la mano se arrojó contra las teclas, con un talento irreconocible tocaba de una forma que yo no había escuchado en ningún hombre.
Llorando al escucharme Ofelia corrió hacia mi abrumada, postro su cabeza en mis piernas envuelta de felicidad.
Pronto regrese a la academia, mis nuevas habilidades se notaron rápido, mi fama se transformó hasta ganarme el respeto de todos los músicos en un corto tiempo. Los del grupo de Cherubini comentaron que el descanso que tomé era lo único que necesitaba para mostrarme, que quizá me había sentido un poco saturado.
Al terminar uno de los ensayos de la tarde el director de la academia se me acerco para hablarme, yo me encontraba ausente, preocupado, la mano caprichosa se volvía más incontrolable, la tenía que atar a mi pecho, guardarla bajo mi abrigo y soltarla solo algunos momentos cuando necesitara de sus prodigios.
Acepte la oferta del director de ser solista en los conciertos del viernes, este pequeño accidente me había dado todo lo que la naturaleza no pudo.
Las comparaciones y zalamerías me provocaban una voluptuosidad y un gozo que mi débil corazón apenas podía soportar.
La sala de conciertos se colmaba cada noche de viernes, el rumor había recorrido gran parte de la ciudad, los parisinos me conocían, hablaban de mi en sus tardes de café y pretensiones.
Dos noches seguidas la mano se negó a tocar, los reunidos en la sala, Luigi y el director se precipitaron al conjeturar que el carácter de artista me había vuelto veleidoso.
Me llamaron a la oficina principal después de lo que sucedió para saber que estaba pasando conmigo, necesitaban una razón para mis desplantes. Cuando Francoise (el director) me hablaba de la deshonra que le había hecho sufrir a la academia la mano se soltó de sus ataduras, lo abofeteo varias veces hasta hacerlo sangrar, sin saber cómo reaccionar salí corriendo abandonándome a un sentimiento de extraño regocijo.
Al llegar a casa Ofelia me esperaba en la cocina, me senté frente a ella agitado.
Me miro punzante sin decirme nada, me sirvió una infusión de hierbas aromáticas que me tranquilizo de inmediato, pude respirar profundo y lento nuevamente, tanto que cerré los ojos un momento, al abrirlos lágrimas rodaban por las mejillas de mi esposa, lucía pálida, asustada, podía escuchar sus estertores, había mucho silencio; la mano la estaba estrangulando.
De un salto me levante de la silla, desesperado use todas mis fuerzas para alejársela del cuello, cuando lo logré ella cayó de la silla con mucha violencia, la levante con esfuerzo poniéndola en mi hombro para llevarla a la cama.
Se veía hermosa, en calma, tendida sobre las sabanas bese por última vez sus labios purpuras mientras el fuego crepitaba en la chimenea.
La furia inundó mis pupilas, descolgué la foto post mortem de mi padre, la partí en dos para que el fuego la devorara, con el atizador le proferí golpes unísonos al piano hasta destruir las teclas, fui hasta mi estudio, con forcejeos logre poner sobre el escritorio a la mano asesina, tome la plumilla del tintero, aun escurría cuando la clave de un solo golpe certero en el centro de la mano que se retorció de dolor, un escalofrío me recorrió el cuerpo , busque en los cajones hasta encontrar la daga con la que solía abrir la correspondencia, la mano estaba aprisionada contra la madera del escritorio, los dedos se movían sin control, con el filo de la daga atrape el dedo pulgar y comencé a cortar, el dolor era insoportable, comencé a sudar , cuando por fin pude separar el dedo de la mano caí al suelo dando un grito que recorrió toda la casa. Me levante para seguir, uno a uno separe los dedos restantes casi desfalleciendo por la tortura, liberé la mano trémula de la plumilla, la sangre mezclada con tinta escurría por un lado del escritorio hasta el suelo, la visión se me nubló, tambaleaba, los espasmos me pusieron de rodillas, termine en el suelo respirando pesadamente sin poder moverme.
La luz que entraba por la ventana me golpeo la cara, dos hombres me levantaron, parecían temerosos pero llenos de ira, intentaron hablarme pero solo pude farfullar algunas palabras; me encontraba muy débil por la sangre perdida.
Termine aislado en una prisión del centro de la ciudad recuperándome de mis heridas, tratando de recobrar el sentido sin lograr despertar de este ensueño.
Espero en mi celda los últimos días de otoño que con sus lunas rojas me han revelado que estoy cerca de cumplir mi sentencia. Cuando ese día llegue le daré a mi público y al cadalso una gran sonrisa.

EL OPERADOR TRISTE

Miguel Antonio Lupián Soto

Apretó los puños con fuerza hasta que sintió cómo la sangre lo abandonaba. Flotó por la empinada calle automáticamente. Una larga fila indicaba que había llegado al parador. Cerró la mandíbula hasta que sus cariadas muelas se resquebrajaron. Quiso gritar, lo que fuese, pero un nudo en la garganta se lo impedía. Sentía cómo los surcos del enojo se manifestaban en su rostro. Respiró profundamente.

Un día más de trabajo; un día más en que el espíritu era derrotado. Alzó la vista al cielo en busca de alguna señal. Sólo encontró un gris eterno y un par de gotas que reventaron en sus anteojos. Antes de poder reaccionar, la ira del mundo liberó a sus blancos mensajeros del dolor. Sentía cómo el odio lo golpeaba una y otra vez. Se refugió en una lámina saliente mientras observaba el fin del mundo.

El tren del infierno (de un patético verde) llegó a los pocos minutos. Apenas abrió sus puertas, salieron por debajo de las rocas, bajaron de las ramas de árboles moribundos y surgieron de las cloacas más almas en pena.

Se sentó pegado a la ventana. Notó que su rostro era una extraña mezcla de lágrimas. Intentó limpiarlas pero no encontró un centímetro de sequedad, así que las dejó fluir. De reojo buscó ojos inquisidores o muecas de desacuerdo. Ni uno ni lo otro, todos venían conectados a su realidad virtual.

Le sorprendió el silencio, sólo se escuchaba el choque de las olas contra los remos urbanos. Dirigió la vista hacia el operador. Una cabellera negra, rizada y seca sobresalía del asiento. Buscó lagartijas en las ventanas empañadas, al no encontrarlas, regresó la vista al operador. Por un instante sus miradas se encontraron en el espejo retrovisor.

El tiempo se detuvo. Los ojos de uno escrudiñando los del otro. Sentía como si se estuviera viendo en un espejo. De aquellos ojos lejanos también emanaban desdichas acuosas. El asombro derrotó a la vergüenza durante aquellos segundos inmortales en que sostuvieron la mirada.

Pensó en una determinada actitud, en un determinado lenguaje, hasta en una determinada música propias de un operador. Frente a sus enrojecidos ojos los estereotipos se derrumbaron.

Especulaba con la variedad de causas que pondrían a un operador en tal condición. Tedio encabezaba su lista. Imaginó cómo sería un día en su vida: levantarse de madrugada y tomar un mal café, despedirse de su complemento que hacía ya varios años que había perdido su belleza juvenil y brincar charcos embarrándose de lodo e inmundicia hasta llegar a su unidad.

Dar vueltas y vueltas por la caótica ciudad (como si se tratase de una cinta de Moëbius) soportando el humo de cientos de especies diferentes mientras lucha consigo mismo para no salir corriendo ante el primer obstáculo.

Pero, ¿acaso él mismo no lidiaba con situaciones similares día con día? Dejó de mirar y vio aquellos ojos familiares. Durante ese irrepetible instante, sus miedos se esfumaron.

El operador emitió una ligera sonrisa cómplice y cerró los ojos.

viernes, 9 de octubre de 2009

SUPERMERCADO

Ana Paula Rumualdo Flores

…que el tiempo es vendaval que arrastra todo.

La mujer esperaba, formada en la fila de la caja. De espaldas, el largo cabello negro, la espigada figura y la blusita ceñida anunciaban a una mujer de veintivarios. De perfil, su cara no mentía: treinta y muchos, sin duda. El sujeto que la acompañaba tenía evidente kilometraje de más: cincuentón mal cuidado.

Ninguno de los dos lucía sencillo; sin embargo, contrastaban. Ella, arreglada a pesar de la hora y el día; él, con ropa holgada y gastada.

El hombre la miraba sabiendo que esa misma noche se acostarían en la misma cama, costumbre que le resultaba desesperante.

Apenas y recordaba los años espléndidos en que se regocijaba con su cuerpo firme y juvenil. Le quedaba la cara: pedigree al límite. Los años parecían haber pasado en vano, seguía comportándose como una adolescente malcriada. Así la había comprado.

Cuando él estaba en sus frescos treintas, le complacía darle gusto en sus caprichos, formar parte de sus rabietas, de sus desplantes, le parecía entretenido estar junto a ella en esa explosión, en esa incongruencia. Por ello detestaba a las mujeres razonables, pensaba que no ofrecerían ni una noche de locura, que con ellas, sería como escribir toda la vida sobre un cuaderno rayado.

Perdió de vista los años que esa explosión duraría. Olvidó que no tendría siempre ánimo para soportar esa adolescencia sin fin. Pensó que sería suficiente con sus blusitas ajustadas y aquellos pantalones cortos, por más que su aparente permanencia no combinara con el irremediable paso de los años.

La miró con hartazgo, sabiendo que ya no tenía sentido quitársela de encima. La miró con la amarga certeza de que esos serían los días vividos hasta el fin.

jueves, 8 de octubre de 2009

AGUJEROS NEGROS

Miguel Antonio Lupián Soto

Es medianoche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con los muertos que amo.

Me pregunto si H. P. Lovecraft sentía lo mismo que yo al escribir eso en 1923. Pronto lo sabré.

Aquí estoy, en este rincón, en la oscuridad. Exhausto, sin aliento. Nunca tuve buena condición física. Todos estos años me he dedicado a ejercitar el cerebro, no los músculos. Siento cómo se queman mis pulmones. El jadeo no deja escuchar mis pensamientos y aclarar las ideas.

Todo ha sido muy rápido. No sé lo que pasó. Solo recuerdo que corrí y corrí hasta llegar aquí. No miré atrás a pesar de los gritos. Todo es tan irreal.

Trato de recordar todos los eventos anteriores buscando la posible causa de esta situación. Nada extraordinario: desempleo, narcotráfico, lluvias incesantes…

Un momento… ya recuerdo. Hace algunos días pusieron en marcha el gran colisionador de hadrones, el cuál permitiría simular algunos eventos ocurridos durante o inmediatamente después del big bang. Esperan encontrar “la partícula de Dios”. Quieren saber qué es la materia oscura.

Lo importante es que después de ese día comencé a tener sueños raros. El fin del mundo, el vacío, la muerte, se volvió tema recurrente en mis sueños, o mejor dicho, en mis pesadillas. No pensaba en otra cosa que en un gran poder dormido que estaba a punto de despertar.

A lo mejor todo eso fue debido a la histeria colectiva de que se crearían agujeros negros. O simplemente colapsé, como maliciosamente auguraba mi psicóloga. Acaso ¿todo esto es producto de mi imaginación?

Pero ¿por qué los escucho? Están cerca. El miedo y el cansancio me han paralizado. Al parecer sólo mi cerebro sigue funcionando en plenitud.

Muevo los dedos de mi mano izquierda. Siento sus yemas en mi palma. ¡Cómo extraño a mi guitarra! ¿Ella extrañará la presión de mis dedos sobre sus cuerdas? Si la tuviera aquí ¿qué tocaría? Seguramente do you realize?, lost in the ozone o a tout le monde. Espero que le estén dando buen uso, al igual que a mi corazón que se quedó con ella.

¿Por qué lo desconocido es lo que más miedo nos genera? Han llegado. Siento su presencia. Escucho su respiración. Me encuentro en posición fetal deseando que lo hagan rápido…

¡Grito! Me han lastimado. Siento mis manos ensangrentadas. Estoy mareado. Mis pensamientos se evaporan. Sólo veo agujeros negros.

miércoles, 7 de octubre de 2009

CARTA POR UN ESPECTRO

Laura Graciela Navarro

Londres, Inglaterra
18 de octubre de 1587.

Johan Andrê:

¡Bonjour mi amor! ¿Cómo estás ? Espero que bien, ¿yo? Extrañando aquellas noches en las que vagábamos por entre las callejuelas de la ciudad, quebrantando el silencio amortecido y bailando con la luna bajo la pálida luz de las velas en los faroles; casi consumidas por la llama, que como mi fe cada noche arde en ellas.

Sabes, ellos me dicen que debería de dejar de escribir estas cartas para quien ya está perdido, para quien según ellos se ha ido para no volver; para los ángeles caídos y para las flores marchitas que yacen convirtiéndose en cenizas entre las páginas de los libros que leo.

Pero es que ellos no lo saben. Incrédulos me ponen un vestido igual de blanco que la habitación en la que me aprisionan. Pero es porque ellos no saben, ¡no saben! Son víctimas de la razón, que han condenado su alma al destierro de sus cuerpos. Es por eso que se hacen los locos y no comprenden lo que les digo, me decepcionan, me hieren y me dan esas píldoras que si me resisto a ingerir me adormecen haciendo penetrar en mi carne una aguja.

Sin embargo, lo que no saben es que me he vuelto inmune a todos sus venenos, que finjo dormir para que me dejen sola y así en la oscuridad esperar tu visita recostada bajo la voluptuosa caricia de esperanza que me trae la noche deslizándose a través de la pequeña e inalcanzable ventana situada en un extremo de la habitación.

Es por esto, que yo se que estas ahí; aguardando, orando por mí, sintiendo el frío que yo siento al despertar sin que la sombra de tu cuerpo me proteja de la luz del alba.
Y por eso, hoy que se cumple la séptima aura de que recibí esa carta en la que me anuncian que había dejado de respirar, que había dejado de ser quien soy y que mi sangre había comenzado a fluir a la inversa… Siete auras ya de permanecer en el hastío, en el silencio, en el frío; escribiendo cartas con el mismo destino: el olvido… Pues ya he comenzado a olvidar tu voz susurrando mi nombre al oído, tu calor invadiendo mi piel, tu aroma impregnado en mi cabello y los besos con sabor a tabaco y vino tinto.

Es por eso que estas letras son de despedida. Estas runas son el adiós que de tus labios jamás oí. Las pondré en el arca junto con las demás cartas y las dejaré arder en la hoguera de mi dolor, de mi pasión, con la esperanza de desvanecerme con ellas en el viento…
Por fin hoy, acabaré con todo aquello que nos aparta. Así me despido, con la promesa de que pronto estaremos juntos.

Por siempre tuya

Elizabeth Gray

PD: Jamás olvides. Memento mori.

GUERRA

Josué Tellez Arzate

Estaba sentado en el verde pasto junto a un roble de gran dimensión ya que este me proporcionaba sombra y cobijo del tempestuoso aire que rondaba esos lugares; después de un rato de haber descansado, me levante un poco adormilado, saque de mí bolsillo un poco de pan para despabilarme y apaciguar el hambre que me carcomía, el pan estaba seco y duro pero aun perduraba el sabor calido de la naranja que Dreásna había puesto en el, así como también llevaba el dulce recuerdo de la miel de mi querido Yarispe, mi ciudad natal.

Sin darme cuenta el pan comenzó a desvanecerse entre mis manos, el hambre jugaba de nuevo conmigo, pero eso no, en estos tiempos no me puedo dar ese lujo, mire entre mis manos el pequeño pedazo de pan y decidí guardarlo para el largo camino que aun me esperaba.

Me recosté de nuevo e intente montar guardia…

Una mancha de color negro se acercaba a gran velocidad, había salido del roble hermano que estaba en frente. En un parpadeo me puse de pie y la mancha ya se encontraba ahí, era un ave de aproximadamente 20 cm. de alto, pico largo y curvo, de un color negro tan intenso que brillaba con fulgor entre los rayos del sol.

El ave sin más expresó un sonido parecido a un grito, camino hacía mi moviendo su cabeza en forma de Z, de adelante hacía atrás, me miró de reojo y picó el pasto. Pregunté:

-¿Qué quieres de mí, noble animal?-

No contestó pero se acercó con mucha cautela como examinando la situación.

-¿Tendrá hambre? – Pensé. Busqué dentro de mis bolsas entre mi andrajoso ropaje, saqué sin pensarlo demasiado el pedazo de pan que me quedaba y se lo lancé cerca de sus patas, lo tomó con su pico intentando tragarlo de un bocado, sonreí y dije:

-Tranquilo querido amigo, es lo único que queda así que disfrútalo que es el sabor de mi pueblo-.

Haciendo caso lo partió en dos y empezó a picar con detenimiento, metió un trozo en su pico y comenzó a decir con apuro:

- Disculpe mi señor es que con tanta hambre que tengo no me fue posible presentarme, mi nombre es Tuctoc-

Su voz era la de un joven, pero sus modismos al articular palabras parecían los de alguien mayor, era tal su hambre que comía y hablaba al mismo tiempo.

- Mmm… ¡Gracias por este manjar!-
Comentó aun con torpeza ya que seguía degustando el pan.

Era tal mi alegría, después de tanto tiempo por fin tenía compañía, comenté:

- No hay por que agradecer mi amigo cuervo- al instante levantó la cabeza con enfado y tragó el bocado diciendo: - por favor mi señor, no hay por que llamarme de esa manera, mi nombre es Tuctoc-

Volvió a comer. Me causó un poco de gracia la forma en que contestó y hablé:

-Yo no quise ofenderle mi noble amigo, simplemente mis ojos me mintieron diciéndome que era usted un cuervo-

Tartamudeando contestó:

- No, no mi señor es solo que, q…u…e… es herencia de mi padre, pero no pertenezco a ese poblado de mala fama-

Su ofensa era bastante cómica, era como un niño que había sido enseñado a respetar a sus mayores. Le pregunté entonces:

-¿Qué eres mi pequeño amigo?-

Contestó:

- Soy un Tordo señor, una mezcla trágica entre una paloma y un seguidor oscuro, mi padre por desgracia si era un “Cuervo” mi madre una “Paloma”, me trajeron al mundo en la segunda guerra, cu…cu…cuando los palomos huyeron vencidos, mi madre cayó herida y cuando despertó yo ya me aferraba a su vientre, fui el producto de una violación-.

Corregí mi error con voz cordial, aquella criatura movió sentimientos en mí que estaban dormidos.

-¡No!- repuso al instante, -no se disculpe mi señor, al contrario yo soy quien pide sus disculpas en primera por parecer un ave salvaje y en segunda por no parecer agradecido con usted, pero en estos tiempos es difícil distinguir un amigo de un enemigo y no quise arriesgarme, sobretodo por mi apariencia-.

Tomó el otro pedazo de pan en su pico y agregó:

–A mi no me queda mas que agradecerle y bendecidle en su camino, estamos en guerra y la hemos perdido…-, emprendió su vuelo y se adentró en el fondo del viejo roble de enfrente.

Me levanté y sacudí mis empolvadas piernas y antes de partir, levanté una pequeña oración a los dioses eternos, -Si es que alguno sigue posando su oído para escuchar-


Estamos en guerra y la hemos perdido…

martes, 6 de octubre de 2009

GENESIS

Ricardo Bernal


I)

La noche es de plástico. El suelo es un disco cuadriculado con muy pocos objetos en la superficie: lápices, alfiles, mandarinas azules, ramas secas.


II)

La cosa sin ojos aparece volando en círculos concéntricos, aterriza en el disco y de inmediato se pone a danzar entre vapores y burbujas. Trescientos sesenta y cinco dedos meñiques plantados en el suelo la observan en silencio.


III)

Después de media hora de baile ritual, la cosa sin ojos abre la boca y escupe cuatro cubos: el verde, el amarillo, el negro, el gris. Arriba el cielo palidece, las estrellas son botones rojos y la luna es una dentadura postiza craqueteando y echando chispas.


IV)

Oscurece: los dedos meñiques comienzan a silbar y los cuatro cubos se vuelven transparentes: en su interior se distinguen bocas, lenguas, uñas afiladas. La cosa sin ojos eructa, extiende sus enormes alas y se aleja volando hacia el infinito.


V)

Ahora el silencio es perturbador. Los dedos meñiques sacan sus patas de pollo y se alejan trotando rumbo a una selva cercana que no existe. Arriba se escucha la agudísima voz del sargento: un dos tres cuatro un dos tres cuatro un dos tres… De fondo, una voz maternal murmura padrenuestros verdes, azules avemarías.


VI)

Entonces los cuatro cubos se rompen, de cada uno sale una pequeña cosa sin ojos que resplandece en pegajosas fosforescencias multicolores. Son larvas, moscas sin patas, gajos de semivida que se arrastran, husmeando y zumbando, gimoteando, dibujando estelas de baba verde. De sus cuatro esqueléticos lomos brotan alas tontas con las que ensayan torpes y ridículos revoloteos.


VII)

No. No pueden volar, no saben cómo hacerlo: intuyen que su madre se fue y jamás volverá. Frustradas, chillan con voces de libélula y se revuelcan en los jugos de su propio desamparo.


VIII)

Arriba, entre nubes gordas, aparece una colosal puerta de mármol verde; un ojo encerrado en un triángulo y trece signos zodiacales la rodean. La puerta se abre lentamente, de su interior desciende la escalera de luz por donde la Virgen María baja, azul y divina, modulando un canto etéreo, conmovedor.


IX)

Las pequeñas cosas sin ojos dejan de chillar al mismo tiempo, se quedan estáticas como meditando… ahora comprenden: La Virgen María les enseñará a volar, las convertirá en ángeles. La noche de plástico se derrite: detrás resplandece el platino inmaculado del nuevo día.

lunes, 5 de octubre de 2009

ATRAPADO

Paloma Zubieta López

Hace días que no te veo y embarro la nostalgia por las ventanas en señal de desesperación. Aunque te me pierdas, sigo siendo eternamente tuyo. Guardo en la memoria instantáneas donde estás con otros en la cama y el corazón me revienta de celos. Pensé que eras mía, pero luego descubrí que estaba equivocado y que lo nuestro fue sólo una ilusión que duró varios meses hasta el día en que, para hacerte desgraciada, me tiré por el balcón. Acabo de descubrir el letrero de “se renta”. ¡Carajo! Te mudaste y yo que no puedo salir de aquí.

jueves, 1 de octubre de 2009

SUEÑO PORTÁTIL

Omar M. Albores.

Vamos, no lo pienses tanto, seguro la vamos a pasar bien. Llévame contigo. Ya lo sé hombre, ya lo sé; no tengo buen aspecto. Ya no luzco muy joven. ¿Que puedo decirte?, he tomado mis riesgos y pues no siempre sale uno bien librado; pero no me avergüenza ni me afrenta, ya que en cada marca o cada cicatriz guardo historias increíbles; todos los sitios donde he estado: a la orilla de un río, entre las rocas y hasta la nieve. Te podría contar alguna anécdota que seguro te pondría los pelos de punta. Eh...bueno, disculpa, tan solo quise ser metafórico; no tengo nada en contra de tu peinado. ¿Lo ves?, no soy prejuicioso. aunque no lo parezca yo me siento increíble, me siento fuerte. listo para la aventura,¿qué es dime?, ¿un campamento?, ¿subiremos una montaña? ¡ah! ya sé...es un secreto, nos vamos de pinta. No te preocupes yo no diré nada a tus padres, no soy un soplón nunca lo he sido. Ya sé que no viene a cuento la comparación pero debes saber que nunca puedes confiar en una cama. Sí, es la verdad. La felona y sus compinches. Ahí se han dado el mayor número de infidelidades que la historia conoce. ¿Y que dice la santurrona? nada. Se hace de la vista gorda, siempre con su apariencia inmaculada, basta con un arreglo y ella hace como que no pasó nada. y a todo esto, ¿qué es la cama sin sábanas o cobijas o almohadas? ¿qué es o quién se cree como para nunca tocar el suelo? demasiada vanidad para un amasijo de telas que pretende ser confidente y santuario a la vez. Yo no pretendo mi joven amigo, me adapto a cualquier situación, por agreste que sea el territorio, asumo mi posición. bajo la lluvia o en el mismo barro; entre la piedra escarpada o entre las caricias de hojas de algún campo. No te cobijo, te llevo dentro de mi, vientre materno por unas horas. Vamos, llévame, he estado esperando por largas y muchas temporadas está oportunidad para salir; el encierro me está matando. Tu sabes que necesito estar en mi ambiente. Confía como lo han hecho los demás. Como lo hizo tu padre, como lo hicieron tus hermanos mayores; todos ellos han dormido en mi interior. Escucharemos buena música hasta la madrugada. y luego veremos algún amanecer; soy un gran admirador de ellos. Luego esperaremos uno de mis momentos favoritos cuando caiga la noche, veremos una película en ese inmenso proyector: El cielo y las estrellas. Actuación especial, solo por hoy: Luna llena. Vaya título, ya quiero estar afuera. Pero esa decisión es tuya. Solo recuerda que no soy una simple bolsa de dormir. Me considero en todo caso un sueño portátil.