viernes, 30 de octubre de 2009

INTA

Luis Contreras


Mataron a su padre, a su madre, a su único hermano y a una de sus tías. Los mataron frente a ella. Se salvó de milagro. Perdió los dedos de su mano izquierda y le hicieron una enorme cicatriz que sale de su ojo derecho como una lágrima que le escurre por el rostro hasta caer de la mandíbula y alcanzar el cuello. Cuando esto ocurrió Inta tenía nueve años. Ahora tiene 18.

Inta llegó al psiquiátrico algunos días después de lo sucedido. Venía seria. Ausente. Hacía todo lo que se le pedía. Desde el principio atendió cada cosa que le fue solicitada por médicos y psiquiatras. No habla desde entonces. No ha llorado ni una sola vez. No se queja. Mantiene una distancia con el mundo que, parece, es irreversible.
Deficiencias en el sistema de pigmentación de la paciente hicieron que desde su nacimiento su cabello fuera completamente blanco. De ojos color púrpura y piel muy blanca, Inta es como una muñeca de porcelana que no deja de mirar a través de la ventana de su cuarto. De día y de noche busca lo mismo: estrellas.

Inta ha dibujado estrellas en las paredes de su habitación, en su ropa, en sus libretas, incluso en su propia piel. Se trata de una fijación que carece de un diagnóstico preciso. Psicólogos y psiquiatras llevan años intentando descifrar los procesos mentales que la hacen reproducir la misma imagen una y otra vez. Se sabe que la estrella tiene que ver con los dramáticos eventos de su pasado infantil, pero su silencio nos imposibilita comprender sus emociones al respecto.

Quiero que tú te encargues de este caso. No atenderás nada más. Busca todo cuanto puedas en la literatura médica disponible e investiga los detalles de lo que ocurrió hace nueve años con la familia de la paciente. Si en las próximas semanas no logramos avances significativos en su salud mental, Inta será trasferida a Santa Mónica y tú sabes bien que nadie egresa de ese lugar.
El Director del Hospital Infantil de Especialidades Médicas de San Ángel conocía mejor que nadie los detalles de la muerte de la familia de Inta, sin embargo decidió empezar de nuevo, paso a paso, a través del trabajo de Silvana, psicóloga recién egresada de la facultad de Ciencias de la Conducta.

Silvana nunca había visto a Inta. Cuando se aproximó a su cuarto sus manos sudaban. Vio a la “muñeca de porcelana” sentada en una silla, mirando el jardín a través de una enorme ventana. Le pareció hermosa como un hada.
La psicóloga leyó el expediente de Inta. Sus terapias, sus sesiones, los tipos de fármacos que le habían suministrado. Buscó fallas en los procedimientos, omisiones, francas negligencias. No encontró nada. La paciente era incapaz de reaccionar. Ninguno de los estímulos ensayados funcionó. Sin embargo, entre el personal médico, había la extraña percepción de que Inta no tenía la mente perturbada. Lo que veían era un silencio voluntario.

Silvana decidió hacer una nueva investigación directamente con la población de La Piedad. Cuando llegó al pequeño pueblito le pareció fascinante. Sus pequeñas y coloridas casas: adornos de madera, flores de ornato, árboles y plantas, gente sonriente, niños jugueteando en las calles… ¿Cómo podría haber sido en este lugar? ¿Cómo? Se preguntó Silvana.
Fue a buscar a los delegados de la comunidad; luego, intentó con el señor de la tienda, con mujeres en el mercado, con el de la farmacia, con el párroco, con los dos policías municipales. Nadie quiso hablar con ella. Algunos incluso la insultaron y le dijeron que mejor sería que se largara del pueblo y no volviera jamás. Después del último intento Silvana se subió a su carro, lo arrancó y decidió salir de allí, metió primera y justo en ese momento alguien le tocó por la ventana.

Yo le voy a decir lo que pasó ese día. Mire, me llamo Juan Rodríguez, soy profesor de primaria y hace diez años que vivo en este pueblo. Aquí me mandaron luego que salí de la Normal. Véngase pa´ mi casa.

Eran como las seis de la tarde y escuché cómo tocaban y tocaban las campanas de la iglesia. Luego de un rato me asomé por la ventana y vi a mucha gente que corría hacia el centro. ¿Qué pasa? Pregunté a alguno. Detuvieron a unas brujas.
Ya se iban cuando los agarraron subiendo a su camioneta. Los insultaron, les dieron de patadas, los arrastraron de los cabellos, les pegaron con todo lo que podían. Más a los grandes que a los dos niños. Así hasta que llegaron al auditorio de la delegación municipal y allí los amarraron mientras decidían que hacer con ellos.
Hay una anciana, de nombre Jacinta, que tiene cataratas en los ojos y no ve nada y que entonces vivía junto al Lago Salgueiro. Fue la que comenzó todo. Dijo que su nieto de siete años había llegado corriendo a su casa y le había dicho que había gente de negro echando cosas al agua, que había una niña, como una muñeca blanca al frente de ellos.

Jacinta salió gritando que había brujas en el lago. Todos se alertaron y comenzaron a juntarse. Como le dije, los agarraron subiendo a su camioneta. Ya no los soltaron.
Fueron a ver al Padre. Le dijeron que una secta satánica había llegado a La Piedad y que había que hacer algo con ellos. El padre dijo que el pueblo tenía que protegerse. Antes de la media noche se determinó quemarlos. Allí mismo, en el auditorio.

Ya estaban muy mal. Había un señor, dos señoras, un niño como de doce años y una niña chiquita. Ya estaban muy mal, muy golpeados, sangrando, sobre todo los grandes, ya no reaccionaban.

Esa noche casi estaba todo el pueblo. Recuerdo que había muchos niños. Muchos de mis alumnos estaban allí. Aventando piedras a los cuerpos. Gritando, aullando como perros.


Cuando llegó la policía del Estado ya habían ardido y muerto los tres grandes y el niño. Echando balazos, los agentes los abrieron a todos, pero antes de irse, uno de los delegados le lanzó un machetazo a la niña, le dio en una mano. Se la reventó. Un papel cayó junto con los dedos de la pequeña. Yo lo levanté. Mírelo. Hasta después, cuando se supo la verdad, comprendí su significado.

Y usted ¿por qué no dijo nada? ¿Por qué no hizo nada?
Porque me dio miedo.

Cuando salió del pueblo Silvana intentó recrear los instantes previos al linchamiento. Se imaginó a la familia de Inta prendiendo veladoras, ofreciendo sus plegarias y finalmente esparciendo sobre el agua del Lago Salgueiro las cenizas del abuelo recién muerto.

Pasaron varios días antes de que Inta se acostumbrara a la constante presencia de Silvana en su habitación, a sus preguntas, a sus diversos intentos de comunicarse. Cuando sintió que ya estaba lista, la psicóloga decidió leerle a “la muñeca de porcelana” lo que nueve años antes ella misma había escrito:

“Abue, cuando mi tortuga se murió tu me dijiste que si veía al cielo, quizás podía verla de nuevo, como una luz. Dijiste que había estrellas tan lejos pero tan lejos de aquí que aunque ya habían muerto su luz apenas llegaba hasta nosotros. Dijiste que mi tortuga era la luz de una de esas estrellas que ya habían muerto. Tu también vete con las estrellas para que te sigamos viendo en el cielo”
Al otro día, a la misma hora, se lo volvió a leer. Al quinto día de sesiones continuas, con los mismos procedimientos, Inta finalmente gritó. Gritó, pateó, maldijo. Lo hizo tanto como pudo con su garganta prácticamente atrofiada. Esa noche también pudo llorar.
Seis meses después podía contarle a Silvana lo que había visto, lo que había escuchado y lo que sintió la tarde en la que su familia había sido asesinada. Poco después Inta recibió del hospital su orden de egreso. Muñequita ¿qué es lo que quieres hacer ahora? Preguntó Silvana. Vengarme.

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