jueves, 15 de octubre de 2009

EL OPERADOR TRISTE

Miguel Antonio Lupián Soto

Apretó los puños con fuerza hasta que sintió cómo la sangre lo abandonaba. Flotó por la empinada calle automáticamente. Una larga fila indicaba que había llegado al parador. Cerró la mandíbula hasta que sus cariadas muelas se resquebrajaron. Quiso gritar, lo que fuese, pero un nudo en la garganta se lo impedía. Sentía cómo los surcos del enojo se manifestaban en su rostro. Respiró profundamente.

Un día más de trabajo; un día más en que el espíritu era derrotado. Alzó la vista al cielo en busca de alguna señal. Sólo encontró un gris eterno y un par de gotas que reventaron en sus anteojos. Antes de poder reaccionar, la ira del mundo liberó a sus blancos mensajeros del dolor. Sentía cómo el odio lo golpeaba una y otra vez. Se refugió en una lámina saliente mientras observaba el fin del mundo.

El tren del infierno (de un patético verde) llegó a los pocos minutos. Apenas abrió sus puertas, salieron por debajo de las rocas, bajaron de las ramas de árboles moribundos y surgieron de las cloacas más almas en pena.

Se sentó pegado a la ventana. Notó que su rostro era una extraña mezcla de lágrimas. Intentó limpiarlas pero no encontró un centímetro de sequedad, así que las dejó fluir. De reojo buscó ojos inquisidores o muecas de desacuerdo. Ni uno ni lo otro, todos venían conectados a su realidad virtual.

Le sorprendió el silencio, sólo se escuchaba el choque de las olas contra los remos urbanos. Dirigió la vista hacia el operador. Una cabellera negra, rizada y seca sobresalía del asiento. Buscó lagartijas en las ventanas empañadas, al no encontrarlas, regresó la vista al operador. Por un instante sus miradas se encontraron en el espejo retrovisor.

El tiempo se detuvo. Los ojos de uno escrudiñando los del otro. Sentía como si se estuviera viendo en un espejo. De aquellos ojos lejanos también emanaban desdichas acuosas. El asombro derrotó a la vergüenza durante aquellos segundos inmortales en que sostuvieron la mirada.

Pensó en una determinada actitud, en un determinado lenguaje, hasta en una determinada música propias de un operador. Frente a sus enrojecidos ojos los estereotipos se derrumbaron.

Especulaba con la variedad de causas que pondrían a un operador en tal condición. Tedio encabezaba su lista. Imaginó cómo sería un día en su vida: levantarse de madrugada y tomar un mal café, despedirse de su complemento que hacía ya varios años que había perdido su belleza juvenil y brincar charcos embarrándose de lodo e inmundicia hasta llegar a su unidad.

Dar vueltas y vueltas por la caótica ciudad (como si se tratase de una cinta de Moëbius) soportando el humo de cientos de especies diferentes mientras lucha consigo mismo para no salir corriendo ante el primer obstáculo.

Pero, ¿acaso él mismo no lidiaba con situaciones similares día con día? Dejó de mirar y vio aquellos ojos familiares. Durante ese irrepetible instante, sus miedos se esfumaron.

El operador emitió una ligera sonrisa cómplice y cerró los ojos.

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